
Parece que todo el mundo sabe de todo. Todo el mundo está super informado. Y no solo eso, atención: también tiene una opinión. Una opinión clarísima, cristalina. E inamovible. Hoy parece que da vergüenza decir «no tengo ni idea» o «no tengo una opinión al respecto».
Hace unos años me escribió un señor para proponerme participar en un encuentro sobre poesía en el que tendría que hablar sobre una disciplina poética concreta. Cuando recibí la propuesta me quedé un poco perpleja, con un gesto como el de la famosa niña del meme Side Eyeing Chloe. «¿Eh? ¿Quién? ¿Yo? ¿Para hablar sobre qué?», me preguntaba mientras miraba hacia atrás por si se referían a otra persona. Pero era un correo, no había nadie detrás de mí, afortunadamente para mi salud coronaria (y mental).
Cuando te llega una invitación que no te cuadra, lo primero que piensas es que, obviamente, se han equivocado de persona. Debe de haber otra Eva por ahí que sabe mucho de esto y se han liado. No pasa nada. Todos cometemos fallos, sobre todo cuando está activado el autocompletar del correo electrónico.
Así que respondí amablemente a la persona diciéndole que, lamentándolo mucho, no tenía ni idea del tema y que, por lo tanto, no contaran conmigo. Cuál fue mi sorpresa cuando, a vuelta de correo, el señor en cuestión insistió y me dijo que, a ver, que tampoco hacía falta que supiera mucho, que seguro que me las apañaba para rellenar el tiempo.
Aquí mi gesto pasó de ser el de la dulce y confusa Chloe al del Blinking White Guy, ese muchacho parpadea sin dar crédito a lo que está escuchando. Así me quedé yo también.
Más perpleja que después del primer mensaje, volví a rechazar la invitación, por supuesto, disculpándome por las molestias. Sin embargo, tras unos segundos preguntándome qué había ocurrido, algo hizo clic en mi cabeza. Bueno, más que clic hizo boom. Lo comprendí todo en ese instante.
Seguro que has escuchado la frase «ojalá tener la seguridad de un hombre cishetero blanco». ¡Eso fue lo que comprendí! Era esa confianza a la que apelaba mi corresponsal.
—¡Da igual que no tengas ni idea, tú vienes y hablas! ¡Improvisa! ¡No es tan difícil!
Y efectivamente, no parece que sea difícil, vista la seguridad con la que hablan, comentan, hacen un inciso, interrumpen, opinan e incluso critican y juzgan muchos señores en cualquier ámbito.
En una sociedad en la que a las mujeres (y demás minorías) se nos exige el doble para que se nos valore (y escuche) igual que a ellos, hombres blancos cisheteros, estamos tan acostumbradas a hiperprepararnos para cualquier intervención, que no se nos pasaría por la cabeza ni medio segundo acudir a una mesa a hablar sobre un tema que desconocemos. Tampoco somos de hacer eso de «yo más que una pregunta tengo un comentario» y ocupar cinco minutos hablando de «nuestra movida» (que, por supuesto, no tiene nada que ver con lo que se está hablando). Y no, no es síndrome de la impostora, ni timidez, ni miedo a ocupar espacios. Es ser consciente de las capacidades y conocimientos de cada una. Es imposible saber de todo, como es imposible tener una opinión formada sobre cualquier asunto.
Recientemente me contactó una persona para pedirme opinión sobre un tema para un artículo en prensa. Era un asunto sobre el que no me había parado a pensar y del que no tenía ninguna experiencia válida ni opinión que pudiera contribuir a la conversación. Podría haber dedicado unos minutos a elaborar un argumento que hubiera servido para que mi nombre apareciera junto a otros mucho más relevantes. Podría haberme inventado cualquier cosa con tal de figurar. Total, una sola frase en un artículo no iba a delatarme en mi papel de fingidora. Pero no lo hice. Mi interlocutor me dio las gracias por mi sinceridad.
No es que yo sea un ser de luz. Lo que ocurre es que estoy cansada. Yo antes era de las que siempre tenía una respuesta. Era impensable quedarme callada, mostrar mi ignorancia, poner en evidencia mi desconocimiento. Pero ya no. Porque ahora estoy harta de escuchar/leer opiniones, críticas y comentarios vacíos disfrazados de grandes pensamientos. No quiero contribuir al ruido sin sustancia. No es que todo tenga que tener la profundidad de la fosa de las Marianas, ni mucho menos. De hecho, ojalá más ligereza en nuestras vidas, en nuestras publicaciones, en nuestras interacciones. Es precisamente esa «intención de profundidad», ese querer saberlo todo y tener todas las respuestas lo que me hastía porque me resulta increíblemente falso.
De verdad, no pasa nada por decir «no tengo ni idea». Si quien nos preguntó tiene algo que compartir al respecto será una oportunidad para acercarnos. Y si tampoco sabe, pues podemos ir de la mano a buscar respuestas. O simplemente reflexionar en común.
👏🏻👏🏻👏🏻
ESTO ES. Pensaba que "yo más que una pregunta tengo un comentario" solo me ponía de los nervios a mí.