Nadie hace las cosas bien desde el principio. No ocurre que un buen día nos ponemos en pie con seguridad y equilibrio, damos unos cuantos pasos y salimos corriendo sin dar un solo tropiezo. Si nos pusiéramos a pensar en todo lo que hay que hacer para caminar, es posible que dejásemos de saber cómo se hace. Si además, intentásemos que cada paso fuese el paso perfecto, caminaríamos de forma extraña y estudiada, poniendo demasiado esfuerzo en algo que, sin embargo, casi todo el mundo sabe hacer de forma natural.
Lo mismo ocurre cuando escribimos. Nos concentramos tanto en hacerlo perfecto desde el principio que, o nos bloqueamos y no conseguimos escribir ni una palabra, o nos sale una voz que no es la nuestra. Como si camináramos con los pies de otra.
El perfeccionismo se carga la escritura, pues bloquea la inventiva, la diversión y la fuerza vital […]. El perfeccionismo consiste en intentar de manera desesperada no dejar demasiada porquería que limpiar. Pero el desorden y la porquería son prueba de que se está viviendo la vida.
—Anne Lamott
Una de las cosas que suelo decir al comenzar mis talleres de escritura es: «No hemos venido aquí a ser perfectas». Y esto aplica no solo a los talleres que, en mi opinión, tienen que ser terreno de juego y experimentación, de descubrimiento de nuestras maneras únicas de contar las cosas, sino también a la escritura en general. Porque, además ¿quién dice qué es lo perfecto y por qué lo es?
Las voces que nos piden perfección nos oprimen y nos coartan. Puesto que hacer que desaparezcan por completo es complicado, tenemos que aprender a no hacerles caso. Convertir nuestro tiempo de escritura en momentos de diversión y experimentación sin que ninguna voz venga a arruinarnos ese gozo. No tenemos que complacer a nadie más que a nosotras en el instante en que estamos contando nuestra historia.
¿Alguna vez te has preguntado a quién quieres agradar con tu escritura y por qué? ¿Has sentido que escribías con pies de plomo para no molestar a alguien? ¿Cuántas veces pasa por tu cabeza la pregunta “qué van a pensar de mí si escribo esto”? A estas preguntas responde la escritora estadounidense Joy Williams que en esta entrevista dice: «No se escribe para hacer amigos.»
Despreocúpate. No intentes ser perfecta y no pretendas agradar a nadie, ni mucho menos gustarle a todo el mundo. Disfruta de tu escritura, del placer de urdir historias que no tienen por qué llegar a ningún sitio. Aprende a rebelarte, a ser salvaje e imperfecta. ¿Quién dice que no se pueden mezclar géneros o puntos de vista? ¿Por qué todas las historias tienen que tener un final?
Me gusta pensar que me acerco a la escritura como si yo fuera un animal silvestre. Un armiño o una comadreja. Los armiños son unos animalitos preciosos, de la familia de los mustélidos, con el cuerpo alargado y flexible. A veces, en invierno, si viven en zonas donde nieva, su pelaje cambia de color para confundirse con el paisaje. Tienen una carita adorable y una piel suavísima. Hacen unos ruiditos dignos de un vídeo de ASMR. Sin embargo, son ferocísimos. Son capaces de matar a un conejo de varias veces su tamaño. No piden ni permiso ni perdón. Y eso es a lo que yo aspiro cuando escribo: ser un animalillo adorable y juguetón que, de repente, puede arrancarte la cabeza.
Y ahora un poco de publi, que una tiene que pagar sus facturas…
Estoy convencida de que todas tenemos una escritora feroz en nuestro interior y solo hay que saber despertarla. Por eso elegí el armiño como animal inspirador e imagen de mi taller online.
En mayo habrá una nueva convocatoria del Taller de escritura FEROZ. Lo bueno es que ¡es ONLINE! Dura cuatro sesiones de dos horas cada una, en las que leeremos, escribiremos, reflexionaremos y compartiremos. Comenzamos el martes 6 de mayo y las plazas son limitadas.
Si te interesa, escríbeme al correo que indico en la imagen.