Segunda entrega de la correspondencia exhibicionista entre Flor M. Yustas y yo.
Flor:
He tenido que bajar corriendo del bus con mi maleta en volandas. Estaba revisando el borrador de la primera entrega de estas cartas por si había alguna cosa que nos dé demasiada vergüenza o sobre alguien a quien proteger. He borrado detalles sobre mi madre. Siempre igual.
Me ha hecho gracia ver que me creí a tu abuela antes que a ti. Decidí —sin ponerle cabeza— que su relato sobre Eva de niña enunciando que quería ser escritora era precioso y preferí quedarme con esa narrativa a conocer la verdad. Leemos lo que nos sale del coño. Al menos yo.
Me divierte pensar que tenemos una criatura a punto de ver la luz. Pasamos demasiado tiempo escribiendo en la oscuridad. Mola ese momento de sacarse la ropa y meterse al mar.
¿En qué proyectos andas?
Me gusta hacer un listado de vez en cuando de qué es en lo que estoy y qué tengo en mente escribir. Y contarlo para que sea un poco más real.
Yo ando terminando la novela sobre gentrificación, mujeres mayores, soledad no deseada y sexualidad. Si le rezas a alguien, pon una velita para que salga lo antes posible publicada.
También estoy hurgando en un microrrelato para una revista LGTBIAQ+ de Castellón sobre un refugiado marica jamaicano y una trabajadora social.
Avanzo lenta y dispersamente en una novela sobre bifobia interiorizada, machismo y educación sexual que tiene el mejor título que se me podía ocurrir. Ojalá a la editora le guste también mi ocurrencia.
Tengo un borrador de ciento y pico páginas sobre amor y comportamientos animales y vegetales. Está muy verde y es demasiado nudista hasta para mí. Pero sé que quiero hacer algo con él.
He empezado a acumular en un Word los post que escribí en instagram desde Piedralaves. Pienso en un fanzine sobre mis cuatro años teniendo casa allí. Con fragmentos y reflexiones en torno a la literatura de naturaleza y todos esos mitos que romantizaron el sueño de irme a un bosque a vivir.
En el futuro quiero escribir un libro sobre fantasmas cute. Fantasmas de amigues, familiares y animales. Quién sabe si fantasmas de árboles también. Fantasmas cuya presencia da sentido y hace más valioso e interesante esto de vivir. Pienso en entrevistas. Pero no quiero empezar nada hasta que no termine alguno de los proyectos que ya te he contado.
Me hace feliz pensar en lo que me apetece escribir.
Eva:
Cuando publiquemos esta segunda entrega, nuestra criatura ya habrá echado a andar y tendrá un camino recorrido. Habrá llegado a los buzones de cientos de personas. Más de la mitad habrán ignorado a nuestro vástago, unas cuantas lo habrán odiado y eliminado de sus bandejas de entrada y de sus vidas. Quiero pensar que, sin embargo, una pequeña partícula de nuestra criatura se habrá quedado prendida en sus cerebros y de vez en cuando se encenderá en su memoria, como una luciérnaga torpe que se choca contra el cristal de su pantalla. Como un virus pequeñito y casi inofensivo, les obligará a buscar las siguientes entregas de esta correspondencia, a veces lúcida, a veces alucinada. Quiero creer.
Yo no hago listas de proyectos que quiero hacer, ni de los que estoy haciendo. El otro día, sin embargo, se me ocurrió que, para los momentos en los que me da bajona y pienso que no estoy consiguiendo nada en la vida (literaria, no la de verdad), podría hacer una lista con los logros del año como en qué cosas me han invitado a participar, qué cosas he publicado aquí o allá, oportunidades que se han abierto... No lo he hecho. Está en mi lista (inexistente) de cosas pendientes.
Los proyectos que quiero hacer se quedan (algunos) colgando de mi cerebro como adornos de navidad. Tintinean de vez en cuando. Los que no se quedan, pues entiendo que no tenían tanto interés en estar conmigo, si no no se hubieran esfumado.
Ahora mismo tengo tres proyectos abiertos. Uno de ellos, un ensayo narrativo está en stand by sin fecha de reactivación. Otro, de poesía, en espera a ver si consigo una ayuda para dedicarle tiempo. Y el tercero, una novela, avanzando lento, a trompicones, con mucha inseguridad. Lo he empezado de cero tres o cuatro veces ya. Es la primera vez que hago eso. Cuando lo estoy escribiendo disfruto. Luego me entra la duda de si es una mierda pinchada en un palo.
A mí también me hace feliz pensar en lo que voy a escribir. Muchas veces soy más feliz imaginándome a mí misma escribiendo que haciéndolo.
Recuerdo que el día en que nos conocimos en persona me dijiste que estabas en contra de las listas de avistamientos por lo que tienen de economía capitalista y acumuladora. Lo dejo aquí solo como piedra lanzada contra el cristal de la ventana de tu casa.
Al final solo he podido dedicarle unos minutos a este correo.
Flor:
Te escribo a la una y veinte de la madrugada de un sábado porque antes no lo he podido hacer. Los días parecen cada vez más atropellados y hasta los paseos de Billy los utilizo para contestar mensajes pendientes en el móvil en vez de mirar lo que ocurre a mi alrededor. Quería escribirte (aunque fuese a estas horas) porque llevo todo el día pensando en las luciérnagas de nuestra correspondencia virtual. Sus destellos verdes iluminan esas piedras que lanzaste contra mi ventana en tu último email. Me instabas a salir de lógicas capitalistas como hacer listas de lo que tengo pendiente por escribir. Mi última zancadilla capitalista es no darme ni media hora al día para descansar.
En estas dos semanas que llevamos escribiéndonos han pasado muchas cosas y varias no han sido para bien. La casera nos ha anunciado que no renueva nuestro alquiler. Se acabó el pisito junto al río. Hice un post en instagram contándolo y lo ha compartido hasta una concejala de MásMadrid. Tiene más likes que mis libros. Se ve que media ciudad (o al menos las 11 mil personas que lo han visto) se ha sentido identificada con el desarraigo provocado por el rentismo y la gentrificación turística que nos expulsan de nuestras casas una y otra vez. Ana Murillo añadió una frase distópica y sobrecogedora: ¿cómo serán nuestros barrios cuando nos hayan echado a todas?
Me has visto transformarme los últimos quince meses como para entender lo que ha supuesto para mí vivir en una casa digna cerca de las gallinetas y garzas del Manzanares. Sabes la manera salvaje e infantil en que sonrío cuando me cruzo al atardecer con un martín pescador. Si he encontrado algo de paz en esta ciudad frenética (y en este terrible momento histórico) es por esa serpiente verde y marrón llamada Madrid Río. ¿Quién se lo iba a decir a esa Flor adolescente que se cagaba en el proyecto de Gallardón? Aquí estoy, paseando por un césped regado por populismo y corrupción.
A una parte de mí lo del piso le ha dado igual. No niego que lloré cinco minutos hasta que Sofi —mi compi de casa y amiga— me abrazó. Pero luego me dio igual. Pensé: «Estoy viva. Resido en una ciudad sobre la que no caen bombas. La extrema derecha aún no ha llegado al poder. Mi enfermedad degenerativa está controlada. Mi entorno goza, más o menos, de buena salud. Tengo para comer». Y así un largo etcétera.
¿No te pasa que desde que Israel empezó el genocidio en Gaza los problemas no te atraviesan igual? ¿Desde que ICE desmembra familias no eres más consciente que nunca de tu privilegio blanco europeo y de cómo estamos de paralizadas?
¿No crees que va llegando el momento de retomar aquello de «Dormíamos, despertamos» y salir de esta doctrina del shock? Sería precioso tomar de nuevo las calles confiando en que aún hay cosas que podemos cambiar. En Los Ángeles se han levantado. ¿Vamos a esperar a que insulten, peguen y maten a más gente del colectivo para reaccionar?
El plan de estas cartas era que no había plan. Pensé que hablaríamos de pájaros y de escribir. No sé si substack e instagram nos penalizarán por contenido político. Obviamente, me da igual. Tenemos un elefante en la habitación. Eva, ¿qué vamos a hacer? Pásame las piedras que tiraste contra mi ventana. Llevaré un capazo y acumularemos más. Arrancaremos los adoquines de las calles si es necesario. Esta noche voy a rogarle a las luciérnagas que iluminen el camino hacia ese lado de la Historia en que queremos estar.
No sé qué vamos a poder escribir después de esto. Ha de ser una grieta por la que entre la luz.
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