Tercera entrega de la correspondencia exhibicionista entre Flor M. Yustas y yo.
Querida Flor:
Tu último correo dejó un abismo oscuro sobre la mesa que no sé cómo remontar. Supongo que simplemente me quedaré mirándolo de frente y le lanzaré mis palabras huecas para que resuenen en su vacío de horror e injusticia. Seguir hablando, seguir escribiendo, seguir gritándole mis memeces al agujero sin fondo como una forma de resistencia.
Ayer terminé de leer Hambre azul, de Viola di Grado (trad. Juan Manuel Salmerón Arjona). Es uno de esos libros que me gustaría haber escrito porque Viola en su escritura hace cosas que me encantan, pero que yo no me atrevo a intentar. Algunas escenas de ese libro me han recordado a una novela que tengo a medias guardada en un cajón. Esta noche, mientras intentaba conciliar el sueño sin éxito, estuve dándole vueltas a la idea de retomarla. Mi recuerdo de ella está borroso. Creo que en los últimos capítulos que escribí se me fue bastante la olla. También recuerdo escenas de esa novela que no estoy segura de haber escrito. Pero antes de desenterrar proyectos abandonados debería terminar el que tengo entre manos.
¿Qué libro(s) que hayas leído has pensado «Me hubiera encantado escribir esto» o «Es el tipo de libro que quiero escribir»? Entre los míos están La muerte y la primavera de Rodoreda y Te di ojos y miraste las tinieblas de Irene Solà. Creo que eso deja bastante claro el tipo de escritora que querría ser y de la que tan lejos me encuentro aún.
El otro día estaba leyendo esta entrada de Fetén, el substack de Nazaret Escobedo. Te va a gustar, habla de las aves de su infancia. Justo en esos días me había acordado del canario que tenía mi abuela. Era de color entre coral y anaranjado, un color cuyo nombre desconozco. Tenía una jaula amplia que mi abuela colgaba en la terraza de la cocina. Un día de verano, regresamos de no sé dónde y el canario no estaba en su jaula. Lo encontramos ahogado en el cubo de la fregona. No supimos cómo había logrado escapar de la jaula. Su huida lo llevó a la eterna libertad. Recuerdo perfectamente la imagen de la mano de mi abuela sacando al pájaro del agua. Fue mi primer contacto consciente con la muerte (del pollito que se cayó por el balcón solo me acuerdo porque me lo han contado). Como Nazaret, yo también tuve un pato que desapareció un buen día, cuando las plumas blancas terminaron de sustituir al plumón amarillo. Hablando de aves, voy a hacer un descanso para ir a comer a la cantina de la BN. Hoy hay pollo. Luego sigo.
Mientras comía he estado escuchando el último episodio de Ciberlocutorio que se titula Las mentirosas, en el que están como invitadas Camila Sosa y Gabriela Wiener. Me fascinan las dos. Pero Gabriela más. No he podido escucharlo entero pero, de momento, está divertido por la parte de los chismes sexuales-literarios. También hablan de escribir, claro, pero sobre todo de mentir, que muchas veces viene a ser lo mismo. Habla Camila además de eso de «escribir los libros que quieres leer».
Voy a dejar esta carta en este punto, porque en algún momento tengo que ponerme a escribir lo otro.
Querida Eva:
El abismo es mutuo. Lo toco con los dedos y es pegajoso como el chapapote del Prestige. Pero vamos a encontrar la luz. Te lo prometo. Vamos a abrir grietas juntas. O al menos lo vamos a intentar con las uñas y los codos y palas si hace falta.
Dicho esto, no puedo responder ahora mismo a tu email. He quedado con mi editora en que le envío la novela mañana. Todo pasa a un segundo plano ya. Escribir es también comer y cenar huevos revueltos con un vaso de agua, tomar mucho café y beberme alguna cerveza para descontracturar. También hago esto porque estoy atravesando una crisis amorosa y si superpongo una urgencia literaria consigo desconectar un poquito y dejar de llorar.
Escribir es siempre una manera de salir de donde estás.
Te mando un silbido y quizás a la vuelta te llame para que nos abracemos en el río.
Querida Eva:
Sigo sin tiempo. Me guardo tus recomendaciones para este fin de semana. Estaré en Konvent Zero y va a llover a cántaros. Desde que leí Canto yo y la montaña baila las tormentas de verano me traen dos imágenes: la reverberación de los insectos en los estómagos de los vencejos y esa navaja brillando que invoca a un rayo letal, acabando con la vida de un poeta. Siento que el verano corre y suda y jadea y que ya está agonizante aunque apenas haya empezado julio.
Ahora tengo ganas de Hambre azul. ¿Qué tendrá ese color que es tan emocional? Pienso en Solnit y el deseo. Pienso en la manera en que habla de su enamoramiento una amiga que también escribe poesía. ¿Será algo relacionado con las tonalidades que adquiere el cielo a lo largo del día y la noche? ¿Habrá una fuerza cromática, en el cosmos, que nos agarra por dentro? Quizá el hilo rojo es para unir personas y el hilo azul son las cuerdas que utiliza el universo para movernos a su antojo emocionalmente. Tira de una cuerda u otra y nosotras somos sus marionetas que lloran, ríen, gritan, sufren, se asustan, aman y follan.
Hoy he visto esta foto en instagram que me ha partido en dos.
Nadie lo sabe, pero es la portada de mi proyecto. El del título perfecto sobre bifobia interiorizada, machismo y educación sexual. Ayer, en una pelea de pareja, mi novia me preguntó cuáles eran mis campos de investigación artística y yo primero me atoré ante tan intensa pregunta (y me enfadé con ella por hacer preguntas intelectuales en plena discusión) y luego respondí: los pájaros, la naturaleza, la crisis de vivienda, la soledad, la exclusión social y, sobre todo, el amor. Hoy insisto en esto último: las relaciones amorosas, los acuerdos y sus quiebres, las no monogamias y sus derivas, el enamoramiento, los celos, la rabia, el victimismo, la manipulación, la violencia entre lesbianas, el miedo a repetir patrones... Me he dado cuenta de que quizá la clave pueda estar en unir el proyecto de los comportamientos animales y vegetales con el de la bifobia. Creo que estoy hablando de lo mismo en ambos. Doy vueltas en círculos. Dejo que crezca demasiado la maleza. Y creo que hay que podar. Unir y ser inteligentes. Jugar con lo que tenemos sin estirarlo más. Para ello, te invito a cotillear un proyecto de paisajismo sostenible que hacen en Konvent que es increíble. Está basado en la filosofía del Tercer espacio (o eso me he contado yo) y en plantar y decorar y utilizar lo autóctono, reduciendo al mínimo la necesidad de la intervención humana. Jardines sostenibles. Te va a encantar: https://www.instagram.com/jardinsiflors/?igsh=YWgxaHF6dnozYzFu#
¿Cuál sería tu campo de investigación artística?
Tenemos que seguir escribiendo para combatir la mierda. Plantar árboles a las orillas del Sáhara para que no avance el desierto (esto lo dijo Alana y yo me lo quedo).
El otro día pensé en una beca Fullbright para escribir. Luego pensé que no quiero ir a Estados Unidos con lo que están haciendo. Y hoy me he despertado teniendo una idea. Una idea maquiavélica. Arriesgada. Tú imagínate: hacer la beca, vender un proyecto, ir allí y escribir lo que realmente me preocupa saltándome lo presentado. Sería una buena jugada. Pero tengo un perrito y no puedo mudarme ahora un año a Estados Unidos. Desgraciadamente, creo que sí podría hacerlo en año o año y medio.
El libro que hubiera querido escribir es Año del Caballo, de Clara Piazuelo. Y La mala costumbre de Alana y Lugar seguro de Issac Rosa y Por si se va la luz de Lara Moreno y En la Tierra somos fugazmente grandiosos de Ocean Vuong y Nosotros los animales de Justin Torres...
Me voy otra vez por ahí con la maleta. Estoy exhausta y contenta.
¡Adiós!
Muchas gracias a las dos, una gran emoción poder acceder a este intercambio epistolar!!!
Cuando leo este Substack me convierto en la ficción de un funcionario de correos que abre los sobres de sus vecinos. Pienso que intercepto las cartas antes de que le lleguen a la otra. Las leo a escondidas y dejo que continúen su camino. Gracias por filtrarlas. Son hermosísimas y además, están repletas de esos hilos rojos y azules que sacian las gargantas de los voyeurs de correspondencia.