He construido un halo de fuego alrededor de la escritura que a veces no soy capaz de traspasar para llegar hasta ella. Como esa valquiria que fue castigada a vivir eternamente al otro lado de las llamas, así se encuentra mi escritura. Inaccesible, inalcanzable. Intentar acercarse es peligroso si no estás verdaderamente enamorada de ella. Vivir en el ardor sostenido de la escritura es un deseo continuo. Quisiera estar en la escritura como está la adolescente en su interés romántico: atrapada, exaltada, en estado constante de alerta y excitación. Ojalá estar así ante la historia por contar.
Aunque a veces fluye lo que escribo, las historias se resisten a salir de sus agujeros y entonces tengo que recurrir a mí misma para seguir escribiendo. Para seguir tirando del hilo de palabras que voy sacando por la boca. Como el mago que saca metros y metros de pañuelos, así quiero yo seguir desgranando las palabras, una detrás de otra, ensartadas en un collar de cuentas kilométrico, que dé la vuelta al mundo y vuelva a mis manos.
Yo me dirigía a lavar mi herida con agua jabonosa. La herida que su boca dejó sobre mi muslo, la marca de los dientes en bajorrelieve rosa oscuro. Se escapa de nuevo la valquiria yo la quiero traer de vuelta con la imagen de la cicatriz circular.
circular como el halo de fuego que enjaula a la valquiria
tejido adiposo fibra muscular lisa epitelio epidermis, cuántas capas han traspasado los dientes para dejar ese hueco semicircular sobre la carne
qué es la carne de qué se compone
cómo se come una carne que está viva
puede desgarrarse con igual facilidad que la que ha pasado por el fuego
cómo se siente el bocado sobre el músculo tenso
cómo se siente rozar el nervio y qué siente el nervio al ser rozado
cuánta fuerza hay que emplear para dejar el hueso al aire
cuánta sangre podemos esparcir en el proceso
por qué estoy pensando en que arrancar un trozo de mi muslo puede servir de inspiración para algo
menos terso menos bueno que
escribir sobre mordiscos escribir sobre mordernos
escribo sin querer sobre el día en que me mordiste y dejaste una medialuna púrpura bordada
me resisto a creer que no recuerdas aquel día aunque quizá se parezca demasiado a otros días en que también me mordiste
menos fuerte
no tan bien
en otro sitio
esos días que eran grises por fuera y por dentro olían a cedro
como un féretro cerrado las dos tiradas en el suelo y el techo tan alto que se difuminaba y ese olor a mueble recién hecho que tenía todo
todo era nuevo y brillante como un ataúd y en el silencio roto por las hojas blanquecinas se escuchaba el murmullo de la sangre deslizándose por la safena el pálpito acallado de la sien el dulce borboteo de las cefálicas
los bajos de una canción que sonaba en bucle en ambas cabezas al mismo tiempo
cuántas horas mirando aquel techo cuyo color no recuerdo y si me preguntaran diría que blanco brillante como el raso que cubre el interior de un féretro
la cabeza sobre la almohada y las manos cruzadas sobre el pecho no
sobre el pubis solemne
los ojos cerrados los labios entreabiertos y azules y una enorme mancha roja entre los muslos
Qué maravilla esta conjunción de palabras, este revoltijo que se arrebola al leer una y otra y otra más... gracias Eva, gracias.
Estoy leyendo la última novela de Aixa de la Cruz. Hago una pausa. Leo esto y... como si no hubiera abandonado esa clase de carne.